Tenía que huir pronto del matadero. Todo salió como había previsto pero cualquier error ahora podía echar por tierra tantos meses de planificación.
Estaba seguro de no haber dejado huellas en el escenario y que nadie, salvo ellos, lo había visto. Pero ellos ya no eran un problema.
Solo quedaba deshacerse del cuchillo y quemar la ropa manchada de sangre en el antiguo vertedero.
Horas más tarde llegó a casa, destapó una botella de whisky y se sirvió un buen trago. Su boca dibujó una media sonrisa mientras miraba a través de la ventana: estaba hecho, aquellos cerdos jamás le volverían a gritar mientras hacía su trabajo.
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