Había anochecido en el laberinto.
Durante muchos años aquel muchacho tuvo una misión que cumplir pero nunca hubo rastro del animal en aquella maraña de pasillos.
Sobre la arena, sólo estaban marcadas sus huellas, las huellas de unos pasos cada vez más cortos.
En alguna ocasión creyó ver a la bestia con su traje de piel negra y la cabeza de toro, pero la espada siempre atravesó su sombra.
Cuando lo encontré, él estaba exhausto. No se parecía al joven que se despidió de su amada tanto tiempo atrás.
Yo no tuve valor para decirle: tu nombre no es Teseo y estás a punto de morir.
Este micro relato tambien me gusta.
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