miércoles, 27 de julio de 2011

Culpable

- ¿El Sr. Estiarte?, ¿Jacobo Estiarte?.
- Sí, soy yo, ¿qué ocurre?.
- Queda detenido por el asesinato de Eduardo Boto, presidente del Grupo Banco Cantábrico.

Cuando Jacobo despertó y abrió la puerta a aquellos policías no podía imaginar que iba a pasar el resto de sus días entre rejas.

Aquella noche había bebido demasiado pero, después de apurar el último trago en la Sala Deseo, condujo directamente hacia casa. Él no podía haber matado a nadie.

Sin embargo, cuando el juez le pregunto cómo se declaraba contestó: “culpable”. Había descubierto que su pensamiento estaba manchado de sangre.

martes, 26 de julio de 2011

El matador

Tenía que huir pronto del matadero. Todo salió como había previsto pero cualquier error ahora podía echar por tierra tantos meses de planificación.

Estaba seguro de no haber dejado huellas en el escenario y que nadie, salvo ellos, lo había visto. Pero ellos ya no eran un problema.

Solo quedaba deshacerse del cuchillo y quemar la ropa manchada de sangre en el antiguo vertedero.

Horas más tarde llegó a casa, destapó una botella de whisky y se sirvió un buen trago. Su boca dibujó una media sonrisa mientras miraba a través de la ventana: estaba hecho, aquellos cerdos jamás le volverían a gritar mientras hacía su trabajo.

lunes, 25 de julio de 2011

El escritor de novela negra

Cuando Miguel vio a aquellos matones acercarse lo entendió todo. Si no hacía algo, su existencia quedaría limitada al tiempo que tardaran en llegar esos hijos de puta.

Tenía la certeza de que alguien muy poderoso había dado la orden. Nada tendría que reprochar a sus asesinos si finalmente cumplían su cometido.

Solo había una forma de evitar el encuentro: matar a Dios. Si Éste no terminaba su Obra, Miguel no moriría.

Cuando el forense examinó el cuerpo sin vida del escritor una semana más tarde, supo enseguida que no había fallecido por causas naturales, sin embargo, la policía jamás encontró al asesino.

miércoles, 13 de julio de 2011

El laberinto


Había anochecido en el laberinto.

Durante muchos años aquel muchacho tuvo una misión que cumplir pero nunca hubo rastro del animal en aquella maraña de pasillos.

Sobre la arena, sólo estaban marcadas sus huellas, las huellas de unos pasos cada vez más cortos.

En alguna ocasión creyó ver a la bestia con su traje de piel negra y la cabeza de toro, pero la espada siempre atravesó su sombra.

Cuando lo encontré, él estaba exhausto. No se parecía al joven que se despidió de su amada tanto tiempo atrás.

Yo no tuve valor para decirle: tu nombre no es Teseo y estás a punto de morir.